Me presento a las oposiciones de profesor de lengua y literatura para Enseñanza Secundaria que se han convocado este año. Los exámenes son en junio. No estoy nerviosa, me apunté para que mi madre estuviera contenta y porque un amigo mío, sin estudiar nada, entró en la lista de interinos y le llamaron al año. Si sé algo de los temas que salgan a sorteo, lo contaré lo mejor que pueda, echándole un poquito de imaginación- o sea, inventándome nombres de sesudos críticos, poniendo citas falsas... - y mucha, mucha improvisación. Ya veremos qué temas caen...
Lo que he estado pensando es que terminaré el examen con algo parecido a esto:
“ Señor corrector de este examen, que también pasó, supongo, por este estúpido trámite:
Disculpe todo este rollo que le acabo de contar. He puesto muchos datos, nombres propios de autores y obras, de lingüistas, escuelas, corrientes literarias, críticos, teorías, fechas... Todo está en los libros, lo estudié en su momento, más o menos profundamente, en los años escolares, en el instituto, en la universidad... Desde sexto de EGB me he ido examinando una y mil veces sobre el Cantar del mío Cid, la generación del veintisiete, el estructuralismo, el signo lingüístico, Saussure, Jakobson, Chomsky, análisis sintáctico, español de América... Vea, si no lo cree, el expediente académico que he tenido que adjuntar, junto con otros cuantos papeles justificando todos esos “méritos” que dan puntos, al hacer la inscripción en estas pruebas de selección. Me parecería absurdo que evalúen mi capacidad para dar o no clases en la enseñanza pública basándose en las respuestas de mi examen.
Según esto, conseguirá una plaza de profesor aquel que sea capaz de memorizar más y mejor los contenidos de unos temarios (comprados) elaborados por academias-refritos de manuales y apuntes de la universidad, y que además haya conseguido reunir un número considerable de “puntos”, o sea, títulos “oficiales” (más dinero invertido), congresos, seminarios, cursillos... de lo que sea, pero que cuadren en el baremo. Luego, si el alumno que ha “vomitado” de carrerilla en el examen lo que requeteestudió y resulta que pasa la “primera fase”, tendrá que presentar una “programación” propia (casi siempre copiada o reelaborada sobre un esquema proporcionado por la academia de turno (donde también paga religiosamente X euros al mes), o por un compañero que se presentó en la convocatoria anterior, o sacada de cualquier guía del profesor que acompaña a los libros de texto de cualquier editorial) y defender una “unidad didáctica” ante un tribunal cansado de escuchar una y otra vez lo importante que es la motivación y la autoestima del alumnado, los temas transversales, la integración de las nuevas tecnologías, la atención a la diversidad y los procesos de evaluación adecuados al plan curricular, bla bla bla.
Bravo. A esto le llamo yo un buen “proceso de selección”. Cuando el afortunado que consiga, al menos, entrar en la lista de interinos sea “llamado a filas” y llegue al aula se dará cuenta de que está indefenso, de que no sabe por dónde empezar, de que sus alumnos no sólo desconocen en qué época se escribió el Quijote, a pesar de que se han pasado un año entero oyendo hablar de ese quinto centenario... sino que apenas saben leer, y que ni siquiera comprenden del todo lo que consiguen leer, que no son capaces de escribir de manera inteligible, con puntos y comas y sin faltas de ortografía cinco líneas, que se expresan, oralmente y por escrito manejando unas cien palabras de las más comunes... y sobre todo, que no les importa demasiado, que la mayoría lo tienen a gala, como si no haber leído nunca un libro fuera una medalla y la “cultura” diera alergia.
El primer ejercicio con el que se topará en el libro que los alumnos de 1º de ESO abran con desgana sobre la mesa será algo parecido a esto: de las siguientes formas verbales, di cuáles son formas simples y cuáles compuestas. Y el problema es que no todos serán capaces de hacerlo correctamente.
¿Para qué sirven en este caso concreto todos los títulos de obras literarias que se sabe, los esquemas que fue preparando de cada lección, toda la terminología que se ha usado a lo largo de la historia para el análisis sintáctico de frases, según la moda por árboles, en esquema, lineal, en espiral, con corchetes, con colores, mezclado o no con la morfología (morfo...qué?) y todo el tiempo que pasó-perdió preparándose las oposiciones?
Un profesor de lengua y literatura, o de cualquier otra materia, no tiene por qué saberse de pé a pa, los títulos de los episodios nacionales de Galdós, o si Dámaso Alonso consiguió o no el Premio Nacional de literatura y en qué año, si para unos el autor de la celestina es Fernando de rojas, pero otros lo ponen en duda y dicen que, estudiando la primera edición impresa en Amberes y la posterior, en Toledo, se deduce que fue un compañero suyo de la universidad de Salamanca que se encontró el primer acto y luego... Los conocimientos que necesita para dar su asignatura están en los libros, y sólo tiene que saber dónde buscar para preparar bien sus clases. Un profesor lo que necesitaría es saber enseñar, encontrar el modo de despertar y azuzar la curiosidad por aprender- y así entender un poco el mundo que les rodea- en esos niños que le miran entre dormidos y aburridos y no entienden nada de lo que están escuchando. Debería esforzarse por ponerse en su lugar, por comprender sus comportamientos, sus dificultades, acordándose de cuando él mismo fue alumno: Debería recordar que él tampoco leía si podía evitarlo, ni hacía los deberes a tiempo, que sólo estudiaba lo justo para aprobar los exámenes- y olvidarlo todo después- y que, en general, pasaba de las clases; que lo principal en el instituto era no catear, pues eso significaba fastidiarse el verano estudiando, y encontrar el modo de divertirse de alguna manera, y, a ser posible, ligar.
Y ¿cómo se valora esta buena disposición, estas aptitudes, esta preocupación por hacer bien el trabajo... que debería reunir todo aspirante a profesor? Desde luego que mediante una prueba como ésta no.
Si la gente que se presenta a estas oposiciones lo hiciera pensando realmente en la importancia de lo que se le viene encima si aprueba, en lugar de en la opción a ese ansiado trabajo fijo, sin sobresaltos y con un suelo decente y muchas vacaciones; si en los programas de la carrera se trabajara en serio la didáctica de la lengua y la literatura; si el CAP fuera verdaderamente un curso y no una broma en la que hay que pagar para tener el título, si hubiera prácticas reales, supervisadas, comentadas por profesores y alumnos, aprovechadas... seguramente con una entrevista y a observación de unas cuantas clases sería suficiente.
Póngannos a prueba, vean si valemos o no para enfrentarnos a los “hijos de la ESO” que nos esperan al otro lado de los pupitres, y pongan a prueba también a los profesores acomodados en sus plazas, a los amargados, a los resignados, a los malos profesores, a los que aprobaron por enchufe...
Lleven a cada aspirante a profesor a un instituto de los millones que hay en el país (y así algún veterano podrá disfrutar de un merecido año sabático), vean cómo se las apaña durante un año en clase. Y decidan entonces sobre su trabajo, no sobre lo que consiguió aprenderse de memoria durante unos meses para venir a soltarlo hoy.
Yo, personalmente, no me he molestado gran cosa en estudiar, porque en realidad todo depende del azar. Sé que no tengo posibilidades ni de entrar en la lista de interinos, pues es la primera vez que me presento, no tengo muchos puntos de cursos o seminarios, ni tengo enchufe. Entonces ¿para qué perder mi tiempo y el suyo? Por lo menos, si ha llegado hasta aquí es que habré dicho algo inteligente, o al menos, distinto a lo que usted esperaba leer”.
Algo así les voy a contar. ¿Tendré posibilidades de aprobar?
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