Hay que ver... Tantas recomendaciones y regañinas de pequeña para que no vayas sola, no te alejes del camino, no te depistes... y va mi madre hoy, a sus años y con la de paseos que se ha dado en la vida, y se pierde en el bosque. Subiendo al puerto de Navacerrada la niebla era espesa y blancuzca como la telilla que le sale a la leche al calentarla. Pero había que ir a por setas, a por boletus... El bosque es generoso en esta época del año, e igual que hay tiempo de moras y de manzanilla y de endrinas y de nueces, ahora es tiempo de setas, allá por los pinares de la infancia, de nícalos- que ni níscalos, como parece que es más común, y hongos.
Así que nos fuimos, paraguas en mano, por las veredas del camino Schmidt (si se escribe así). Y a la hora de volvernos, cuando la lluvia arreciaba... va mi madre y no aparece, ni responde a los gritos de sus pollitos, ni dice churri ni murri. Los pollitos nos hacemos mil y una conjeturas, desandamos el camino, volvemos sobre nuestros pasos, subimos y bajamos la laderas sembradita de setas "con escaso valor gastronómico", que dicen los micólogos, y esas amanitas tan preciosas con sus gotas de lluvia relucientes... Y la mamma que no aparece. Último y desesperado aleteo de los pollitos con hambre y frío: llamar a los de la cruz roja y que se monten una operación rescate mamá gallina.
Eficacia probada, eso sí, los picoletos encontraron a mi madre, sana y salva, un poco mojada, pero con la cesta llena. El susto, el nuestro, no nos lo quita nadie. Ella estaba encantada, y convencida de que los perdidos éramos nosotros (que lo somos). Y las setas nos las vamos a cenar ahora mismo.
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